En la cocina me espera un pollo decapitado.
Enciendo el horno. Menos mal que el fuego purifica.
¿Quién lo asesinó? ¿Por qué me lo como? Es el instinto
el que me gobierna. Mi estómago. Algún día de estos
me aliaré con un científico loco e inyectaremos
suero agiganta-pollos en alguna granja para
que se transformen en gigantes pica-carniceros.
viernes, 9 de enero de 2009
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ES MUY BUENO. me voy a seguir leyendo
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